«Había una vez un niño que se fue a Gran Bretaña a jugar a los Beatles…»

Asi empieza esta historia, y el niño de 30 años soy yo. Mi estadía en Inglaterra fue como una especie de búsqueda del tesoro Beatle y nada fue tan divertido como seguirles el rastro a esos cuatro muchachitos de Liverpool.

Quizás esta fiebre beatlemaníaca se remonta a mi último día en Praga, antes de volar a la isla. Como antesala de lo que se vendría fuimos a la ciudad vieja a ver el «Lennon Wall». Se trata de un lugar que supo ser un mural en homenaje a John, donde hoy se da rienda suelta a todo tipo de vandalismo o arte  popular y todo aquel que lo visita puede dejar su inscripción, dibujo o grafitti.

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Una vez llegados a Londres, mi ansiedad rockera continuó en claro ascenso. Creo que fue una de las ciudades a las que mas deseé llegar en este periplo europeo. Imagínense que para un joven amante de la música como quien les escribe, aterrizar en el Reino Unido fue como llegar a la cuna de los Beatles, los Stones, The Who, Waters, Gilmour, Clapton, por sólo nombrar algunos. El bus desde el aeropuerto nos dejó en Victoria Station. Ya estábamos llegando a nuestro hostel, mochilas a cuestas, cuando cruzamos un puente y vi por debajo las vías del ferrocarril. A lo lejos especie de fábrica abandonada con cuatro grandes chimeneas. Le dije a Vito: «Esto yo lo conozco!» Acto seguido me di cuenta que estaba frente a la tapa de «Animals» de Pink Floyd.  De repente me sentí cual niño en Disneylandia, estaba en la ciudad del rock.

Pero si uno quiere disfrutar un buen trago, no es cuestión de beberlo de un sorbo. Así que como quien quiere retrasar el placer, los primeros días los dedique a las visitas de rigor: Olimpic Park, Big Ben, Abadía de Westminster, Tower Bridge, Camdem Market, Hyde Park, Palacio de Buckingham, y a mis saludos a la reina de parte del pueblo argentino…

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Londres estaba revolucionada con los Juegos Olímpicos. Carriles exclusivos para autos exclusivos de personas exclusivas de los juegos, banderitas del Team GB, eventos al aire libre, y distintas disciplinas en algunos puntos de la ciudad. Tal vez fue la única oportunidad que tuve de estar en una ciudad olímpica pero a mi nada de eso me interesaba. Yo estaba allí, casi obsesivamente, para ir nada más y nada menos que a Abbey Road.

Salimos por la mañana, y bajamos en la estación de metro John Wood.  Cuando íbamos a cruzar la calle, una señora con su changuito de hacer las compras nos preguntó si íbamos a los Estudios, a lo que le contesté que «Yes» con una gran sonrisa dibujada en mi rostro. Para ese momento ya iba cantando mentalmente «Octopus’s Garden» que se me había pegado hacía unos días atrás. La señora nos señaló el camino correcto, y remató con un «Si quieren acá tienen la casa de Paul Mc Cartney, es una cuadra antes a la izquierda, la gran puerta marrón». Lo primero que pensé fue: «Qué suerte ser vecino de Paul y encontrárselo en el super o en el diariero». Lo segundo fue: «Yo le toco timbre a Paul Mc Cartney» .

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En el trayecto a la casa, Vito preparó mi  «speach»: «Hello, is Paul here? I´m a  fan and musician from Argentina, I´d like to meet you». Lo tenía perfectamente estudiado, el problema era si me contestaba!!! «No importa, algo se me va a ocurrir!». Durante los siguientes minutos, tuvimos una extraña sensación de que iba a pasar algo grande. Teníamos la real certeza de que Sir Mc Cartney iba a bajar en bata, con su taza de café en la mano, abrir aquel portón marrón y decirnos: «Eyyy my Amigouu! Aryentina!! Great Country!». Que nos iba a invitar a tomar un té, a hablar de sus canciones, de John o quizás él nos pregunte acerca de Piazzolla o de Messi, vaya uno a saber. Pero con una foto en bata en la vereda yo ya me conformaba.

Llegamos al lugar, era un muro con un gran portón y una mansión detrás que los árboles no dejaban ver del todo bien. El timbre, con cámara y parlante, ya era un obstáculo para mi monólogo. Dudamos. Se me ocurrió inventar que eramos de la telefónica, o que había una fuga de gas, para que al menos se acerque a la puerta. Pero mi camiseta de Argentina me delataba. Entonces junté coraje y apreté el botón. «Ting-Ting»,  una luz se prendió en la cámara…… y eso fue todo. Deduje que no le andaría bien el portero eléctrico así que golpeé las manos como se hace en los pueblos. Nada. Pensé que la casa estaba demasiado lejos, asi que le pegue un grito… «Ey! Paul, I´m Mariano!!». TampocoAsí que deduje que no estaría en la ciudad, que estaría de gira.

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Luego de sobrepasar el stress del evento en el que «casi conozco a Paul», me fui derechito para los famosos estudios Abbey Road. No se puede decir mucho de ellos, ya que no hay manera de visitarlos. Es más, no existe ni la más mínima posibilidad de cruzar la reja y el cartel que prohíbe el ingreso a la propiedad privada, excepto personal autorizado. Obviamente que no era mi caso, así que con ese cartel se fueron mis ilusiones de conocerlos por dentro y sólo me limité a sacarle una foto a la puerta. La foto desde la reja, claro! Por cierto, la reja y la medianera son objeto de todo tipo de inscripciones de fanáticos. Luego de leer los mensajes, en Praga, Londres y Liverpool, creo que estoy en condiciones de sostener la teoría de que el vandalismo graffiteril habla en castellano y es de Bernal, Avellaneda, Caballito, etc.

En la esquina del estudio, justo detrás de la decena de turistas, se encuentra el encuadre de la famosa foto de tapa de Abbey Road. Sobre el cruce peatonal desfilan, si el tráfico lo permite y sino también, fans y curiosos de ocasión en busca de una réplica exacta de la del álbum. Resulta que para mi regocijo total, nos enteramos que un 8 de agosto de 1969 se realizaba la sesión de fotos original, con George, Paul, Ringo, John y el escarabajo blanco. Y ahora, un 8 de agosto de 2012, exactamente 43 años después y a la misma hora, yo estaba haciendo la mía, cumpliendo uno de mis sueños y motivos de mi visita a Londres.

Aunque no lo crean, entre el tráfico y la cantidad de turistas, no es para nada sencillo hacer la foto. Así que después de varios intentos fallidos, paciencia, coordinación, oportunismo y algunos insultos de automovilistas ingleses… aqui va!

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Como les decía, mi sueño estaba cumplido. El resto fue risas con los fans y unas vueltas por las calles que habrán caminado  los cuatro en los tiempos de grabación. Pero aún queda mucho más en este recorrido beatlemaníaco. Esta búsqueda del tesoro continúa en Liverpool, la ciudad Beatle.

Y allá fuimos…

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