NO-LUGAR

Hacer un viaje por Sudamérica y no ir a la Amazonía me parecía un sacrilegio tan sólo con pensar que se trata, nada más y nada menos, de la mitad del continente ocupada por un gran agujero negro en términos viajeros. Claro que aparentaba ser algo sencillo. En Venezuela se había frustrado por los complejos accesos a la región y en Colombia había que llegar por avión a Leticia o introducirse en un fangoso terreno de historias de secuestros y guerrillas. No estábamos dispuestos a volar, ni a arriesgar el pellejo por vocación al turismo, así que Ecuador parecía ser la opción más adecuada.

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Nos acercamos un poco tímidos por Tena y Puerto Misahualí, las dos puertas de entrada a la selva ecuatoriana, dónde pasamos unos días disfrutando de su clima, su gastronomía y su cultura, pero aún estaba muy lejos de lo que yo esperaba por “amazonas”. Dónde yo quería ir, no se podría llegar con un simple viaje en autobús.

Yo quería encontrarme en esto.

Yo quería encontrarme en esto.

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… o con esto.

Hablando con gente de la zona, nos comentaron sobre las maravillas del Parque Nacional Yasuní, que cuando llegamos a Quito se había transformado en el principal foco de conflicto político. Las manifestaciones en la Casa de Gobierno en defensa del derecho a la vida y defenestrando al proyecto del presidente Correa de explotar algunos pozos petroleros dentro del área biológicamente protegida, contrastaban con el aluvión de propagandas gubernamentales que pintaban una escena idílica en donde el Yasuní sería cuidado como una copa de cristal.

Con ese panorama llegamos a San Francisco de Orellana o El Coca, una de esas ciudades puerto bien feas, con la extraña característica de tener dos nombres y la particularidad de ser el último lugar accesible vía terrestre. Es extraña la sensación de invalidez, de estar en un lugar aparentemente intransitable. Uno se para en el muelle e inalcanzable, del otro lado del río, está la selva que es un abismo, una especie de no-lugar. De allí en más, no hay carreteras, ni caminos, ni siquiera senderos, aunque resulta que en el Amazonas hay autopistas, rutas y calles, pero suelen ser de agua.

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PRIMER APRENDIZAJE: EL TODO Y LA NADA

Nos embarcamos en la lancha municipal, que durante más de diez horas de navegación a través del Rio Napo (uno de los afluentes más importantes del gran Amazonas) nos llevaría hasta Nuevo Rocafuerte, un pequeño poblado metido en medio de la selva, justo en la frontera con Perú. Allí logramos ponernos en contacto con quién sería nuestro guía, Ronnie Cox, de polémico nombre para ser un nativo y habitante local de toda la vida. Junto a él, hicimos los preparativos pertinentes para sobrevivir dos días fuera de todo tipo de civilización.

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Nuevo Rocafuerte

Nuevo Rocafuerte

El pueblo, que no son más de seis calles desparramadas por la ribera, vive en un aislamiento difícil de creer en estos días, donde se puede sentir una paz y lentitud que sólo había experimentado en el desierto de Marruecos. Es que luego comprendería que la jungla no es más que un desierto de sobreabundancia y de ahí concluye un primer aprendizaje: Al fin y al cabo, el todo y la nada son la misma cosa.

Tiene atardeceres como estos.

Tiene atardeceres como estos.

SEGUNDO APRENDIZAJE: LA SELVA NO SE VE, SUENA

Nos levantamos temprano, cargamos la canoa y salimos con rumbo al Parque Nacional. Debo aclarar que las horas de navegación por el Río Yasuní fue una de las experiencias más alucinantes de mi vida. Cuando nuestra pequeña embarcación dejó atrás el ancho del Napo, ingresó en un pequeño sendero de agua espesa y color chocolate que jamás había visto. Cuanto más avanzábamos, más se nos cerraba un horizonte imaginario que transitábamos serpenteando de un lado a otro como si fuese una montaña rusa en cámara lenta.

A los lados, la vegetación se nos tiraba encima y el único lugar habitable parecía ser el río y la canoa. En la orilla comenzaba un mundo inimaginable e invisible pues hay tanto, que los ojos humanos no logran observar absolutamente nada. Segundo aprendizaje: La selva no se ve, la selva suena.

Navegando por el Río Yasuní

Navegando por el Río Yasuní

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Todavía no habíamos llegado a la mitad del trayecto, cuando Ronnie apagó el motor y quedamos boyando unos minutos en silencio. Allí empezamos a escuchar la música más dulce y amable que supieron recibir mis oídos. Aquello era un auténtico concierto de la naturaleza, y por supuesto, una manera de observar sin mirar. “Un Papagayo! Allá por la copa de esos árboles!”. No se ve nada, sólo Ronnie lo capta. El agua, el viento, ramas, lianas, hojas, cientos de insectos, animales y aves diferentes, todos se dejan escuchar si uno es capaz de interpretarlo. Entre todos ellos, resaltaba mi favorito, el Oropéndulo, un ave que emite un sonido similar al de una gota de agua.

Nidos de Oropéndulo

Nidos de Oropéndulo

Aquel hechizo en el que estábamos metidos sólo se deshizo con un fuerte chapotear en el río. “¿Los vieron?”Dijo Ronnie, “Ya van a volver a salir, miren al frente.”  Lo hicieron. Era un grupo de tres delfines rosados, nadando al lado nuestro. Este tipo de delfines de agua dulce son propios de la Amazonía, y se agrupan en las desembocaduras de los ríos pequeños para atrapar sus presas cuando baja la corriente. Los seguimos sigilosamente. Hay que tener mucha paciencia para poder verlos. No son tontos, en cuanto sienten la presencia del hombre se sumergen y se alejan muy rápidamente. En nuestro camino también nos cruzamos con tortugas secándose al sol en los troncos, nutrias gigantes, y hasta un pequeño Tapir.

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TERCER APRENDIZAJE: LA LEY DE LA SELVA

Después de más de dos horas navegando, el estrecho río se abrió precipitadamente y llegamos a Jatuncocha, en lengua Quechua, Laguna Grande. Como su nombre lo indica, se trata de un gran espejo de agua, dónde conviven la mayoría de las especies de este ecosistema. Encontramos un rincón propicio para armar nuestro campamento y esperar que la lluvia que ya había comenzado nos de un respiro para recorrer los alrededores. Luego de un rato, nos pusimos las botas de goma, pues el suelo era un pantanal y salimos a caminar la zona.

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En pocos minutos estábamos dentro de selva virgen. El suelo era un colchón de hojas y malezas. Aún recuerdo esos troncos blancos, estirándose hacia el cielo, buscando el sol en lo más alto, pero es imposible retener las miles de especies de arbustos y plantas de todo tipo una al lado de la otra. No sé cuantas habrán, pero pareciera que nunca se repiten. Aún me impresiona la majestuosidad del Ceibo, el gigante de la Amazonía o el árbol que cambia la piel de su corteza permanentemente. También nos contaron sobre las cientos de plantas medicinales, todo un laboratorio natural al alcance de la mano y del conocimiento de los indígenas de la zona.

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La tarde se precipitó y cuando cayó la noche, salimos en canoa a observar caimanes. Pasan el día durmiendo sumergidos para salir a cazar en las tinieblas. ¿Cómo encontrarlos en la oscuridad? Muy fácil, se le apunta a las orillas con la linterna y cuando la luz les da en la cara, sus ojos brillan como dos focos. Había muchísimos y por todos lados. Nos trasladamos a remo para no ahuyentarlos. Pudimos ver varios de ellos, aunque cuando nos acercábamos se hundían en la laguna. Mientras regresábamos al campamento, se nos ocurrió apagar todas las luces y mirar al cielo. Otra vez una escena similar a la que vi en el desierto: Las millones de estrellas y constelaciones sólo para nosotros.

He visto un lindo caimán!

He visto un lindo caimán!

El día había llegado a su fin para nosotros pero no para la selva que, por lo que escuchábamos desde nuestra carpa, nunca duerme. A la mañana siguiente, despertamos con un nuevo espectáculo: La niebla. A medida que se disipaba dejaba ver en distintas tonalidades el paisaje de una selva que ahora no parecía ser de este planeta. La laguna, completamente serena, hacia la función de un espejo y me regalaba este tipo de imágenes sobrenaturales.

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Luego de pasar un buen rato avistando aves (la mañana es el mejor momento) fuimos a hacer una última expedición. Esta vez, sin senderos, simplemente abriéndonos camino a machetazos. Allí me encontré con un tercer aprendizaje: La ley de la Selva.

A medida que sumábamos nuestros pasos, nos introducíamos en un ambiente que tiene algo de aterrador, en dónde se tiene el presentimiento de estar siendo atrapado. Anduvimos durante cuatro horas perdidos en un perfecto laberinto de vegetación, dónde no había Norte y sólo Ronnie conocía la salida. Los monos aulladores saltaban a nuestras cabezas sobre las copas de los árboles mientras serpientes de colores pasaban al lado de nuestros pies. Si uno se detenía podía ser picado por avispas o por las “congas”, una especie de hormigas letales. Hay que tener mucho cuidado por donde se camina, pues un paso en falso te puede dejar a merced de una araña venenosa y en verdad, toda la selva es como estar entrando en una gran telaraña

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Arañas

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Las «Congas», hormigas gigantes y peligrosas.

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Pirañas…

 

Algunos habitantes de la selva.

y serpientes… algunos habitantes de la selva.

Aquí la Ley de la Selva es implacable. En el agua, en los árboles, en el aire o en el suelo el que no se adapta pierde. Mariposas que parecen hojas, bichos que parecen ramas, serpientes que parecen lianas, escondites, estrategias, lo fundamental es pasar desapercibido y estar bien despiertos, porque nadie cuidará de ti. El que no come es comido y en cuestión de un segundo, el más mínimo error, puede significar la muerte, por ello la inteligencia esta puesta al servicio de la supervivencia.

Encuentren a la rana.

Encuentren a la rana.

Ya era hora de irnos. Mientras dábamos la vuelta, yo todavía estaba impresionado con aquel salvajismo y me preguntaba como un hombre puede elegir vivir allí. Pensé en nuestras ciudades. ¿No les suena familiar? Cualquier semejanza con la humanidad es mera coincidencia. Pero entonces la selva me mostró su contracara y me despidió con uno de los arco iris más bellos que vi. Ahhhh! Ahí entendí todo, me fui con tres aprendizajes y la convicción de que algún día volveré.

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DATOS ÚTILES PARA POTENCIALES VIAJEROS

La moneda oficial de Ecuador es el Dólar Norteamericano.

¿Cómo ir al Parque Nacional Yasuní?

Lo más fácil es contratar un tour. Lo pueden hacer desde Quito, pero suelen ser los más caros. Si quieren ahorrar un poco de dinero, pueden contratarlo directamente desde San Francisco de Orellana. Los tours rondan entre los 300 y 500 dólares según la cantidad de días de duración. O para quienes quieran aventurarse un poco más o no dispongan de mucho dinero, la receta es la siguiente:

  1. Primero deben llegar hasta San Francisco de Orellana (o El Coca).
  2. Allí deben tomar una lancha municipal hasta Nuevo Rocafuerte (13 dólares) que sale a las 7 am. Deben llegar lo más temprano posible y sacar el pasaje unas horas antes, pues como hay sólo una lancha por día se agotan muy rápido.
  3.  Una vez en Nuevo Rocafuerte, conseguir un guía local (no permiten entrar al parque sin guía) y arreglar un precio con él. No van a pagar menos de 75 dólares. Incluye, comida, lancha, botas de goma, carpa y todo lo que necesiten en la selva.
  4.  En Nuevo Rocafuerte, pueden preguntar a los guardaparques si los llevan con ellos. Pasan días solitarios internados en la selva y siempre les agrada tener a alguien para que los acompañe. He visto casos exitosos.

¿Que llevar?

Gran parte de las cosas necesarias las llevará el guía, pero estén pendientes de algunos detalles:

  • Mucha agua potable.
  • Repelente de insectos y protector solar
  • Un abrigo impermeable o poncho para la lluvia
  • Ropa de manga larga y pantalones largos, para evitar picaduras y raspaduras.
  • Linterna
  • Cámara de fotos.
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