Al fin de cuentas, creo que el autostop no es viajar gratis, sino es alejar a los miedos, matar a los prejuicios, romper los estereotipos, es dejar de mirarse el ombligo y darse cuenta que necesitamos del otro. Es vivir cada día diferente, es conocer en el sentido mas amplio de la palabra. Es esperar, es perseverar, es creer y es confiar.

Con esa idea es que en esta sección voy a contarles mi experiencia a través de algunas de las cientos historias que viví gracias a esto de “viajar a dedo”. (Historias a dedo: Costa Rica)

LA CASA DE ARTURO

Como siempre digo, lo más lindo de viajar a dedo son las casualidades que se presentan y la gente que se va conociendo en el camino.

Luego de mucha espera, habíamos llegado finalmente a Pedasí, una de las playas de surfers del pacífico panameño. Ni bien bajamos las mochilas, la camioneta arrancó y del otro lado de la calle se nos apareció Arturoque estaba con su machete cortando hojas de una palma de la vereda.

– Chicos, acá los hoteles les quieren cobrar cualquier dinero. Si quieren vengan que yo estoy con mi familia viviendo en carpa en la playa, hacemos fuego, comida, música. (Mientras movía la manito haciendo mímica de guitarra) Si quieren comer algo barato buscan la fonda de acá a la vuelta, 2 dólares el menú. Yo ahora voy para allá!

Bull Beach, la playa de Arturo.

Bull Beach, la playa de Arturo.

Gracias, gracias!”, le dijimos pensando que estaba loco (el tipo dijo que vive en carpa en la playa!) y nos fuimos a averiguar por hospedajes. Efectivamente estaba en lo cierto. Los precios que nos pedían las pensiones más baratas parecían de un cinco estrellas en Miami, mucho mas caro de lo que estábamos dispuestos a pagar.

¿Que podíamos hacer? Recién habíamos llegado y volver no era una opción, así que fuimos hasta la fonda en busca de Arturo.

– Hola, amigos! Bueno, ustedes comen algo rico y después me bajan a la playa. Ahí lo buscan a mi hijo y yo después voy para allá. (Como si fuera fácil buscar al hijo en la playa!)

Le hicimos caso, comimos y nos fuimos derecho en busca del mar. A decir verdad la playa no era de lo mejor. Más bien rocosa, de arena sucia, agua turbias, mucho oleaje, y un viento que nos hacia muy difícil la tarea de armar la carpa. Había muy poca gente, con lo cual resaltaba una especie de asentamiento de varias hamacas y un quincho hecho de hojas de palma (eso explica la tarea de nuestro anfitrión) donde encontramos a su hijo. No sólo estaba él, sino como diez personas más. Niños, jóvenes y adultos, una familia completa viviendo en la playa.

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Más tarde llegó Arturo que nos contó que tenía casa en el pueblo, pero que no le gustaba porque nunca había agua y hacía mucho calor, mientras que en la playa estaba en contacto con la naturaleza.

– Mire que lindo es vivir acá! Decía mientras señalaba el mar. Mire si me voy a quedar entre paredes, acá tenemos de todo.

Tenia razón. Estaban tan bien organizados que tenían agua potable, agua dulce para bañarse, cocina con mesada, luz eléctrica y muchas comodidades más hechas con sus propias manos. Arturo era además (digo yo) el dueño moral de la playa. Era conocido y respetado por todos allí ya que cuidaba de los niños, traía provisiones, recogía la basura, fabricaba carteles y la mantenía impecable. Tanto era la playa su hábitat natural que hasta estaba construyendo su propia casa para quedarse definitivamente en su lugar en el mundo.

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Por la noche salimos a recoger leña y se armó un gran fogón, uno de los mejores que he visto. Compartimos la cena y muchas charlas sobre nuestro viaje. Escuchaban atónitos nuestras historias de Marruecos creyendo que estábamos locos, aunque más de uno confesó su sueño de viajar por el mundo. Al otro día, nos invitaron a almorzar una exquisita sopa de ostión, una especie de marisco o de mejillón gigante que recogían de las rocas. Por la tarde jugamos con los niños y al final del día no nos dejaban ir. La verdad es que nos hicieron sentir tan cómodos que fue muy difícil la despedida.

Finalmente seguimos nuestro rumbo, pero pasar aquellos días con Arturo y su familia fue una de las experiencias más lindas y divertidas que nos sucedieron en Panamá. Esas casualidades de la vida que nos cruzan con esa gente que vale la pena conocer. Una parte del corazón se quedó allí, en la amabilidad de esa playa de Pedasí, que nos enseñó que es posible vivir de otra manera.

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«SI ME SIGUEN DETENIENDO, MÁS RÁPIDO VOY A IR»

Recién nos acabábamos de despedir de Severino, un campesino que nos había traído desde Las Tablas hastaChitré. Caminábamos por la Panamericana en busca de un buen sitio para seguir haciendo dedo, mientras me lamentaba que me había manchado con grasa mi remera preferida. Ni siquiera llegamos a sacarnos las mochilas de la espalda, cuando paró Adely, en su camioneta 4×4.

Ella era todo un personaje de ficción. Chica super top de ciudad: simpática, divertida, ingenua, coqueta, sensual, un poco lista y un poquitín boba, parafraseando a un gran cantautor español. A todo esto, la velocidad máxima en las carreteras panameñas es de 90 km/h y Adely iba 120 mientras nos contaba sus historias de pasión, amor y odio con su novio que la había engañado ya no sé cuantas veces, pero ella lo seguía perdonando. De repente, vemos un policía motorizado al costado de la vía.

– Uy, me parece que me para. Dijo ella.
– No, creo que zafas… Cruzate de carril. Aconsejé.

Nos pararon.

– Peeeeeeerdoneme!!! (Imagínense, con voz de bebota!)
– Señorita, usted está excediendo el límite de velocidad…
– Pero por un poquitito! ¿Cuanto es, 100?
– No! 90, Señorita!
– Ay, pero yo iba a 100! Perdonemé!
– No, iba a 120! Puede matar a alguien, se da cuenta!
– Perdónemeeee oficial! (Más voz de bebota!) Es que estoy llegando tarde a mi trabajo!

Mientras el policía chequeaba la matricula del auto ella nos dijo: “Voy a tener llamar a mi amigo!”. Su “amigo” era un alguien que cometió el grave error de conocerla en una disco y en pleno plan de levante le dijo que era comisario y le pasó su numero de celular “por si acaso”.

Adely, saca la cabeza por la ventanilla y pega el grito:

– Oficial, venga! (Ya pasó a dar órdenes). ¿Usted lo conoce al comisario Perea?
– No.
– Si!! El comisario Perea de Santiago, lo tiene que conocer!
– No, esta es otra jurisdicción.
– Pero el me dijo que lo llame por cualquier cosa, para que me perdonen. (¿?¿?¿?)
– Bueno, llameló.
– Es que no tengo saldo en el teléfono, no puede llamarlo usted, porfa! Yo le paso el número! (Ahhh Bueee!)

No se cómo lo logró pero el oficial habló por teléfono, le devolvió su carnet de conducir y le dijo: “Váyase antes que me arrepienta y conduzca con cuidado!”

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Así fue que seguimos viaje hacia el sur, charlando y riéndonos de la suerte que habíamos tenido. Al rato suena el teléfono. Es Perea, pensé.

– Hola mi amorrrrr! Como estas? Atendió el teléfono mientras seguía manejando con una sola mano y a toda velocidad. Acá estoy yendo al trabajo con unos amigos argentinos que me encontré en el camino. Esperame que hay un control policial que creo que me va a ….. Nooooo!!! Me están parando mi amor!! Chau! Después hablamos!

Otra vez sopa. Oficial que se acerca a la ventanilla y ella:

– Perdonemeeeeee!!! (Voz de bebota, obvio) No vale! Ya me paró su compañero hace un par de kilometros!
– Usted está viajando muy rápido señorita.
– Y cuanto más me sigan deteniendo, más rápido voy a ir porque estoy llegando tarde a mi trabajo! (Bebota enojada!)
– Permitame su licencia de conducir.

El agente se retira unos metros a verificar los datos.

– Oficial! Venga!! Grita, desde la ventanilla. Mire, yo soy amiga del comisario Perea. Ya sé que no lo conoce pero ya le dije a su compañero que me paró atrás y él lo llamó porque yo no tengo saldo y arreglaron. Así que llameló usted a su compañero y hable con él.

El oficial se retira nuevamente mientras habla por radio.

– Bueno, vaya pero prométame que va a ir mas despacio. Le dijo simpáticamente.
– No le puedo prometer eso porque ya le dije que llego tarde a mi trabajo. (Y encima le pelea, una genia!)
– Prefiero que llegue tarde y que no se lastime.

Así fue como seguimos viaje hasta el Valle de Antón con Adely. Tranqui, a 120.

IDA Y VUELTA

¿Cuántas posibilidades hay de hacer un dedo ida y vuelta? ¿Y si les dijera que entre la ida y la vuelta hay cinco días de diferencia? ¿Imposible no? Eso nos sucedió en Panamá.

Había que ir a las paradisíacas islas de Kuna Yala, un destino que en principio parece muy exclusivo. Para que se den una idea, el Archipiélago de San Blas se ubica en medio del Mar Caribe entre la costa colombiana y panameña. Desde el puerto de Cartagena el viaje en barco durante una semana cuesta alrededor de 400 euros. Desde Panamá el precio es un poco más accesible a 150 dólares. Pero nos habían dicho que había que llegar hasta el último puerto panameño que ya era territorio Kuna y que desde allí salían lanchas a las maravillosas islas por tan sólo 12 dólares. Una ganga!

Dicho y hecho salimos a la ruta hacia el puerto de Cartí. Dedo bastante difícil porque hay que cruzar unas montañas y el camino es tan complicado que sólo se puede acceder en 4 x 4. Tuvimos suerte! Nos levantó Enrique y su amigo Camilo, dos colombianos de Medellín muy divertidos que nos llevaron en su camioneta hasta nuestro destino. Ellos también iban para allí dado que comerciaban con los Kunas distintos productos. Nos despedimos y emprendimos nuestro viaje a las islas.

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Cinco días después estábamos de regreso en el puerto. Ya no había gente que volviera y las camionetas aprovechando la necesidad costaban 30 dólares por persona. Llegó un viajero en bicicleta que necesitaba hacer paso a Colombia y nos entretuvimos un rato con él. De repente, cuando menos lo esperábamos, para su sorpresa y para la nuestra apareció Enrique:

– “Otra vez!!! ” dijo.
– “Creo que sos nuestro chofer!”  dije.

Obviamente no hubo ni que hacerle dedo, nos llevó hasta Panamá City entre risas y la convicción de que el destino había obrado de una forma misteriosa.

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