Hoy vi la Torre Eiffel.

Sí, hoy la vi. Ustedes dirán: «Qué novedad! Si todos la vimos alguna vez!». Es verdad, todos la vimos cientos de veces en carteles, postales, revistas, en televisión, en películas, hasta en dibujos animados.

Pero yo hoy la vi ahí, delante mio. Face to face. Así fue nuestro primer encuentro…

A primera vista...

A primera vista…

Reconozco que no le tenía demasiada expectativa. Un poco porque todos me hablaron tanto de ella, y yo no sé si es por llevar la contra, pero a mí no suele gustarme lo que le gusta a todo el mundo. Otro poco, porque luego de haber recorrido buena parte de Europa, había visto grandes obras de arte en forma de cuadros, murales, esculturas, iglesias, puentes, edificaciones, que son realmente maravillas del hombre.  Ahora, París me esperaba con una torre de hierro, gris, vigas cruzadas, escaleras, antenas y ascensores a la vista. No parecía algo muy tentador. Más bien, se me asemejaba a cualquier obra en construcción, pero con más «glamour«. Así que sólo esperaba pasar por allí, ver la típica postal, sacar la foto obligada y decir un «Ya lo vi!»

Vamos a verla...

Vamos a verla…

De reojo...

De reojo…

Pero este articulo se titula, El día que vi la Torre Eiffel, y por lo tanto, pareciera ser algo grandilocuente o significativo.

Es que Ella tiene un «no-sé-qué». Y digo Ella porque es como esa mujer que uno no puede dejar de mirarla y que, cuando pasa, deja esa estela de perfume para que no se nos olvide.

Elaboré algunas teorías acerca de su poder de seducción:

Será justamente porque Ella es totalmente distinta a todas, porque es única.

Será por su forma. O mejor dicho, su silueta, de curvas tan delicadas.

Será por lo que la rodea. Su Sena, sus Bateaux Mouches, sus pintoressu La vie en rose.

 

 

Vestida de noche...

Vestida de noche…

 

Nublada…

 

Espléndida...

Espléndida…

 

Será por el espíritu francés que la envuelve. Ese aire refinado, pero con olor café y a baguette recién horneado.

Será por sus colores. Cuando uno se para frente a Ella se encuentra con el contraste perfecto entre el azul de su cielo y el verde de su Champs de Mars.

Será porque París es una ciudad de edificaciones bajas, entonces Ella resalta espléndida ante su alrededor. Victoriosa ante sus débiles oponentes.

Soleada...

Soleada…

Será por el mismo motivo que uno sale a la calle y la ve. Allí está, por encima de todos, mostrándose con la soberbia de quien se sabe bella.

Por eso, quien camina por París puede verla de cientos de lugares, costados y paisajes diferentes. Entera, o sólo un detalle. De día o de noche.  Con sol, o lloviendo. Detrás del puente Alejandro III  o desde Montmartre. Desde Notre Damme o simplemente doblando en cualquier esquina. Con las fuentes del Trocadero, o un puesto de flores que la decore. Desde un autobús o disfrutando de su show de luces acostado en Champs du Mars.

Brillante...

Brillante…

Lo cierto es que cuando uno la ve, inconscientemente camina hacia Ella. Porque sin dudas, tiene algo de magnetismo.

Y allí me llevó. Quedamos frente a frente. Solos, Ella y yo.

Ella, seduciéndome. Yo, deslumbrado. Ella me encantó, yo le habré gustado?

 

Única.

Única.

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